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Buena parte de la crítica reciente del Lazarillo se ha enfocado en el empleo de una especie de ironía autorial que les obliga a los lectores mismos evaluar la fiabilidad del narrador. Como modelo se ha sugerido los relatos escritos por clérigos en su propia defensa al abrirse una investigación de su conducta. Unos críticos habían notado la abundancia de tales documentos en el archivo catedralicio ovetense. Muestras de la riqueza narrativa allí disponible no han producido ningún paralelo con la implícita carta que inicia la explicación de la mala conducta del narrador, pero las estrategias de ocultación y auto-justificación, como también muchas de las mismas ofensas presentadas en la novela, son prácticamente ubicuas y pueden aportado mucho al tono de la picaresca literaria.