Abstract
Finalmente, si el modo de ser del hombre se identifica sólo con la fuerza y, ésta es la que fundamenta al orden normativo, entonces el derecho es arrastrado por la fuerza, se confunde con ella y no aporta su concurso en la sociedad, como un poder distinto, a la escueta ejecución del actuar humano. Así todo orden normativo desaparece cuando el derecho no es más que el cómplice complaciente de los hechos que ocurren o de los ya cumplidos. Se trata de la crisis de la firmeza de la ley. Por su parte, la razón se inhibe cuando el hombre confía únicamente en la anulación de su uso práctico. El derecho del más fuerte llega a su colmo con la incomunicación entre la razón práctica y la razón teórica. El uso práctico de la razón que de ello resulta se reduce a la astucia, al mero cálculo. La astucia es el vicio opuesto a la prudencia, según Aristóteles. Para concluir se puede decir que en el caso de los sofistas la falacia tiene su origen en una concepción del hombre que se podría calificar como empírica. Dicho con otras palabras, no consideran al hombre como alguien sino como algo. Así, la falacia naturalista se puede resumir, desde este punto de vista antropológico, en que se le niega al hombre la capacidad de conocer su propio ser, por tanto, tampoco puede llegar a dominarlo. Si el hombre sólo se conoce -o se considera- como una cosa más entre las demás cosas, si tiene de sí sólo un conocimiento empírico, es imposible sacar de ahí ninguna justificación natural de la norma. No se trata de un conocimiento natural de las normas, se trata llegar al conocimiento de la propia naturaleza. Las normas se necesitan para conseguir el fm. Si la naturaleza humana no tiene fin, no hay nada que regir.