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La denuncia de la universalidad de los derechos humanos como eurocentrismo no es eurocentrista, en el mal sentido de la palabra. Quien es torturado o pasa hambre sobre la tierra entiende rápidamente el mensaje de que el hombre es una imagen de Dios a quien no se le debe hacer esto. Le resulta más inmediatamente evidente el postulado de una constitución que lo prohibe que a un historicista europeo que quisiera ver limitado el "habeas corpus" a los europeos. El torturado tendría poca comprensión para el escéptico que le dijera que la idea de una semejanza entre Dios y el hombre se ha desmoronado en Europa, pero que él —no europeo— no se va a venir abajo por ello. El escepticismo historicista no tiene ningún valor para los oprimidos y los ultrajados; es un lujo para los establecidos.