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Las páginas que siguen presentan un punto de vista que se desea riguroso y acaba por mostrarse crítico para con algunas de nuestras aproximaciones habituales al tema de las relaciones entre nueva liturgia y arte moderno. Parten del escándalo ante su deriva, al cabo de todo un siglo de empeños patrocinados y experiencias intensivas. Sugieren el protagonismo del discurso funcionalista —bien conocido en el ámbito de la arquitectura— en los planes de la Reforma litúrgica, impulsada a su modo por el Concilio. Destaca su característica unilateralidad reactiva. Nos llama a eludir los espejismos que tienden a bloquear o absorber nuestra reflexión al respecto. Y observa el peligro de que maneje un concepto de religiosidad personal un tanto teórico y artificioso, alimentado de representaciones extemporáneas y sugestiones impostadas.