Abstract
Errado el fin último, es absolutamente necesario que los medios para lograrlo resulten en estruendoso fracaso. La filosofía marxista yerra diametralmente acerca del fin del hombre, y remata en utopía. El Estado y el derecho podrán cambiar pero no desaparecer. El verdadero fin del hombre está dado —aun ciñéndonos al orden natural— por la apertura trascendental de su intelecto y de su voluntad, que no se contentan con bienes materiales ni con bien finito alguno. La inteligencia está abierta a la totalidad del ente, y por tanto al Ser Subsistente, Dios. La voluntad lo está a la totalidad de lo bueno, y por tanto a la Bondad por esencia, Dios. E ilusoria es toda felicidad que pretenda alcanzarse por debajo del Absoluto negado. Es que, como dijo San Agustín (Confesiones, I, 1): «Nos hiciste. Señor, para Ti, e inquieto está nuestro corazón mientras no descanse en Ti».