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El 18 de noviembre de 1965, en la Basílica Vaticana, el Papa Paulo VI promulgaba la Constitución Dogmática «Dei Verbum» sobre la Revelación divina y su transmisión. Llegaban así a feliz conclusión cinco años de no fácil trabajo, porque en ese proceso fueron sometidas a revisión cuestiones de importancia capital. Pensemos, por ejemplo, en la veracidad e inerrancia de la Sagrada Escritura, en el valor de las tradiciones, en la historicidad de los Evangelios... Estudios y tendencias teológicas nacidos en las décadas anteriores venían a modificar enfoques y afirmaciones que se juzgaban deficientes, incompletos, vinculados a posturas filosóficas determinadas, carentes de interés, inadaptados a la realidad y el mundo actuales, poco pastorales, ajenos a las preocupaciones del ecumenismo. Entre esas cuestiones, una alcanza particular agudeza: las relaciones Escritura-Tradición. La tensión que profusamente hallamos en los años después del Concilio es sustituida por un período de calma. La abundantísima bibliografía sobre Revelación, Escritura y Tradición aparecida durante los años 40-65 deja lugar, a partir de entonces, a otras cuestiones; sólo algunos libros —pocos, en comparación con la riqueza anterior— vuelven a tratar específica y ampliamente esos temas.