Al
restaurar dos incunables de la Biblioteca
de la Universidad de Navarra, encuadernados
en piel vuelta sobre cartón con correíllas
de cierre, aparecieron cuatro cartones fabricados
con pliegos impresos pegados entre sí.
Esto ha sido una práctica frecuente
entre los encuadernadores de los primeros
libros impresos, tanto en el periodo incunable
como en el post-incunable, pues con el deseo
de ahorrar dinero y materiales, algunos
hicieron las tapas de sus encuadernaciones
con un cartón fabricado a base de
maculatura y también con papeles
manuscritos.
Por
la unidad temática, características
físicas, los ex-libris manuscritos
de otros incunables de la colección,
se puede pensar en una procedencia riojana,
probablemente de su capital. Esta hipótesis
se confirma con el hallazgo de un impreso
de Guillén de Brocar, de su etapa
de Pamplona, pero que fue a parar a Logroño,
cuando el impresor trasladó su taller
en 1501 a esa ciudad. La encuadernación
de dos incunables de esta colección,
que aprovechan el material sobrante de la
imprenta de Brocar, nos induce a pensar
que el impresor ejerciese también
la actividad de librero.
Cada
cartón se fabricó con seis
impresos encolados para cada tapa, en uno
de los incunables; siete en otro. Todos
con el mismo texto. La dimensión
aproximada de los cartones es de 295 x 445
mm.
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