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Existen, en el siglo XVIII, numerosas recreaciones dramáticas del Quijote y, de entre todas ellas, son bastantes las que toman como punto de partida el episodio de las bodas de Camacho.2 Así, tenemos Las bodas de Camacho, comedia nueva jocoseria en dos actos (de hacia 1770, conservada en la BNE, Ms. 15.918), de Antonio Valladares de Sotomayor; Las bodas de Camacho, zarzuela nueva española, de Leandro Ontala y Maqueda (1776, BNE, Ms. 14.608); Las bodas de Camacho el rico (1784), de Juan Meléndez Valdés, la más famosa de todas; Las bodas de Camacho. Comedia pastoral en cinco actos (BNE, Ms. 14.071), además de la pieza que ahora me ocupa: El amor hace milagros (también de ese mismo año 1784), de Pedro Benito Gómez Labrador. Como ha señalado la crítica, el tema del matrimonio de los jóvenes, y más concretamente el debate sobre si debían ser los padres o los propios hijos quienes habían de decidir a la hora de tomar estado, era una cuestión de enorme actualidad, un debate candente en la sociedad dieciochesca. Es ahí donde hay que buscar, sin duda, la razón de esa preferencia de los dramaturgos por este episodio concreto del Quijote a la hora de abordar recreaciones de la obra cervantina.