Akelarre: La historia de la brujería en el Pirineo (siglos XIV-XVIII). Jornadas en Homenaje al Dr. Gustav Henningsen

Abstract

El domingo 7 de noviembre de 1610, en Logroño, al caer la tarde, 11 brujos y brujas, procedentes en su mayoría de las localidades de Zugarramurdi y Urdax, eran entregados por el Santo Oficio de la Inquisición al brazo secular para ser quemados en virtud de la sentencia condenatoria del tribunal eclesiástico. Todo había comenzado meses antes, cuando una muchacha vecina de Zugarramurdi procedente del sur de Francia, había hecho saber cómo en la localidad se celebraban conventículos de brujas en los que ella había participado. Aquello desató una persecución entre 1610 y 1612 en todo el norte de Navarra, hasta el punto de que el 25% de la población de los valles del Baztán, Cinco Villas, Bertizarana, Santesteban y otros, confesó o fue sospechosa de connivencia con la secta de las brujas. El veneno de aquella infamia también se extendió a algunos municipios guipuzcoanos. Frente a la actitud de inquisidores como Valle Alvarado o Becerra, convencidos de la existencia de una plaga de sectas demoníacas por la montaña navarra, otro de los miembros del tribunal, Alonso de Salazar y Frías, así como el obispo de Pamplona y otros religiosos, pusieron en duda todo el proceso y se mostraron totalmente escépticos ante un fenómeno, el de las brujas, que consideraban una patraña producto de absurdas ensoñaciones infantiles. Gracias especialmente a la figura de Alonso de Salazar, la Inquisición cambió totalmente su actitud hacia aquella explosión de brujomanía de comienzos del siglo XVII. por sus instrucciones de agosto de 1614 –inspiradas en los informes de Salazar– optó por el silencio y por poner fin a una persecución que podía haber tenido unas consecuencias fatales. En virtud de tal decisión, España se vio libre de las grandes campañas de quema de brujas que se extendieron por buena parte del norte de Europa.